La idea, en la que trabajan diversos grupos de investigación desde
los años 80 del siglo pasado, consiste en modificar la estructura de los
glóbulos rojos. Todos los tipos de sangre tienen una estructura básica
de un azúcar, pero encima de esa base, los A y los B tienen un residuo
distinto cada uno (el cuarto grupo más frecuente, AB, tiene una mezcla
de ambos). Esa pequeña diferencia hace que si, por ejemplo, se trata de
transfundir sangre de tipo B a una persona con tipo A, su sistema inmune
la reconocerá como extraña y provocará una respuesta que pondrá en
peligro su vida.
Esto no sucede con la sangre de tipo O, que solo tiene la estructura
de azúcar básica, que comparte con los otros grupos, y por ese motivo es
universal. Los científicos han tratado de emplear enzimas para eliminar
esos residuos en los glóbulos rojos de tipo A y B para dejar solo la
base universal. Sin embargo, hasta ahora, no se han logrado desarrollar
enzimas con la eficiencia suficiente como para que sean capaces de
limpiar los residuos hasta hacerlos irreconocibles por el sistema
inmune.
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